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Notas periodísticas sobre Grandes amigos

GRANDES AMIGOS
sensualidad manifiesta

Danza, teatro, canto y humor en un vistoso juego erótico.

La siguiente nota fue publicada por Martín Wullich y tomada de su página www.news.martinwullich.com

Lo que lleva a los dos personajes a convertirse en los grandes amigos del título -aunque siempre quede la sospecha de si es así- es la soledad. Paradojas de la vida, estos navegantes de muchas aguas, sin fronteras visibles, tienen sus límites dentro de una embarcación que no permite su necesaria privacidad y aislamiento. Están obligados a compartir cotidianamente todo. En esa contingencia no queda otro resquicio: se hacen amigos o se matan. O quiebran los límites. Y eso es lo que pasa. La mutua atracción de estos duros hombres de mar, con una importante dosis de testosterona acumulada a través de días y días de viaje, se refleja en una relación amor-odio-sexo-rechazo que pasa también por el quiero y no puedo, puedo y no quiero, siento y no debo...

El espectáculo tiene, esencialmente, danza. Pero también hay un relato que deja librada la historia a la imaginación del espectador. Allí se combinan la poesía con el teatro y la lírica, junto a una estética muy especial en todos los recursos, que ahonda la carga erótica. Es notable la escena en la que uno de ellos se pavonea, baila, se acerca, seduce, presume, se escapa, vuelve, ataca y embiste, reflexiona y atisba con curiosidad el cuerpo y la pasiva actitud del otro, quien se deja seducir sin ambages a través de una formidable danza de galanteo. El trabajo de Alfonso Barón es maravilloso e impactante en la ejecución de cada movimiento coreográfico, ofreciendo impensados desplazamientos corporales que incluyen hasta el break-dance, acompañado por una gestualidad que expresa todo lo que le pasa. En tanto, Maximiliano Michailovsky se luce cantando pasajes operísticos con su brillante voz de barítono, además de una cadenciosa plática en francés que transmite sentimiento aunque no se entienda lo que habla. La escenografía de Ariel Vaccaro es simple pero contundente: una amarra y una gruesa maroma servirán al juego de la obra junto al barco que deja observar el camarote, apoyado por el preciso clima de iluminación que creó Marcelo Álvarez.

Mayra Bonard ha logrado una original creación, a partir de la adaptada poética de Clarice Lispector, con acertada elección musical, en donde se revela la sensualidad como un notable puente de comunicación entre dos seres humanos. Martin Wullich


GRANDES AMIGOS
de Mayra Bonard

Nota de Lucho Boredegaray extraída de blog www.montajedecadente.blogspot.com

Fondeada la nave, allá asoman por cubierta. Son bellos, fuertes, jóvenes. Bajan al desembarcadero y entrelazan las amarras entre uno y otro noray. Es el momento del descanso, del relax, de la diversión. Parecen, más que compañeros, amigos. Uno juega a boxear, el otro aguanta. Se sientan, suspiran, beben. Beben mucho. Uno canta una tierna canción. No, no: le canta una tierna canción a su amigo, y la melodía habla por sí sola.
Por supuesto, ellos son grandes amigos. No tienen otra palabra para explicarse, ni tampoco la necesitan. Ellos se adentraron sin temor en un mar desconocido, se dejaron llevar y alcanzaron costas que se les aparecieron deseadas e inevitables. Disfrutan estando juntos, se extrañan cuando no lo están, se cuentan por teléfono lo que han hecho, se les dibuja una sonrisa pensando en el otro, se les sospecha un cosquilleo en el estómago cuando están cerca uno del otro.
Hay aquí un gran desafío para el público, que es a la vez una clave para disfrutar profundamente de esta pieza: respetar lo que acontece y no intentar ponerle nombre a lo que brota entre estos personajes. Lo mejor de esta propuesta se desaprovecharía tanto por una mirada troglodita (“A estos degenerados no habría que mostrarlos”) como por una complacencia progre (“Es una intensa historia de amor gay”), porque Grandes amigos no se ubica en ningún punto del arco moral que se forma entre la condena exacerbada y la adecuación políticamente correcta de parámetros burgueses a otras realidades. No: estos hombres de mares y de soledades no pueden ser identificados con estereotipos, ni se atienen a modelos preexistentes, ni estéticos ni teóricos, por lo que se permiten ser como desean ser, para ser deseándose. Y en su deseo se entienden, se miran, se ven a sí mismos; no necesitan más. Por eso podemos imaginarlos en el puerto de Brest, cruzándose por algún callejón con Querelle, y seguramente no lograrían comprender el por qué de su urgencia por las braguetas ajenas. O si el derrotero los hubiese llevado hasta el puerto de San Diego, reirían a carcajadas por parecerles demasiado ridícula esa temprana iconografía gay que los Village People ofrecieron ahí al filmar el videoclip de In The Navy. Mantienen distancia del legado de lo puto fassbinderiano así como del modelo gay californiano. (Breve excurso con formato de duda: ¿podrían entenderse ambas recusaciones como una búsqueda no tributaria de los instintos dionisíacos y apolíneos? Pero quedémonos con la duda; no vamos a cargar a estos grandes amigos con la responsabilidad de estar desafiando a Nietzche.)
Lo dicho hasta aquí habrá de dar siquiera alguna pauta de la inmensa libertad que rezuma esta obra: libertad de los personajes y en sus respectivas construcciones, libertad de los intérpretes y de la directora, libertad narrativa y coreográfica e incluso ideológica.
Los intérpretes son Maximiliano Michailovsky y Alfonso Barón, un dúo que logra una poderosa complementariedad que –más allá del aporte que le otorga a la verosimilitud de lo representado– redunda en la circulación de energía entre ambos. Michailovsky es el potente cantante lírico, de cuerpo grande y macizo, sonrisa seductora y mirada sugestiva, mientras que Barón ofrece la expresiva y enérgica plasticidad de su cuerpo, el gesto algo severo y su mirada entre cómplice y censora.
El principal acierto de la creadora Mayra Bonard es no haber escatimado el evidente erotismo que rodea toda la pieza; muy por el contrario, lo exhibe de mil maneras, lo deforma, lo satiriza, lo convierte en juego o en urgencia física. Y asume el riesgo de que ese erotismo sea vehículo de belleza y poesía.
Hay que señalar que Grandes amigos se estrenó en 2007 dentro del ciclo Queerdance, del Centro Cultural Rojas. Entonces, en lugar de Alfonso Barón estaba otro talentoso, Diego Rosental, siendo las coreografías el resultado de la creatividad que aportaron uno y otro junto a la directora.
Ariel Vaccaro, quien ya había ofrecido una sencilla pero muy expresiva escenografía, ahora la ha adaptado al espacio escénico de Beckett con un inteligente aprovechamiento del mismo. La iluminación de Marcelo Alvarez acentúa la sensualidad de los protagonistas, ya sea inundándolos de luz o bien bañándolos en una suave penumbra que merecidamente protege los momentos de mayor intimidad. Sin dudas, todo coincide generando belleza en esta pieza pero, para disfrutarla, hay que sacarse los anteojos de los prejuicios, sean estos retrógrados o de falsa vanguardia.

1 comentario:

María Rogel (Lapor) dijo...

Qué buena pinta tiene esta pieza!!!!! qué pena no poder verla... No sé por qué pero, leyéndolo, me ha venido a la mente "Marnie la ladrona" de Hitchcock: esa elegante y femenina Tippy Hedren yendo a visitar a su madre a un barrio de los suburbios, cruzándose con todos esos hombres burdos, marineros y operarios, a los que repele.
besosssss y enhorabuena por tu aportación a la pieza. sin duda la luz es importante